sábado, 20 de septiembre de 2008

La prueba del agua


Crónica incluida en el más reciente libro de Norberto Fuentes, El último disidente. El texto íntegro se puede descargar desde este blog.

DOMINGO 27 DE AGOSTO DE 2006, 9:29 PM.

Lenin citaba las secuelas de los desastres naturales como una de las causas probables de las revoluciones. La posibilidad de que la tormenta Ernesto se convierta en un huracán con vientos de hasta 137 kilómetros por hora y aguaceros torrenciales y se abalance sobre la isla de Cuba tan pronto como el martes (29 de agosto), bien pudiera ser la primera verdadera prueba de fuego para el gobierno de Raúl Castro. No para que estalle una revolución, porque —según se sabe—, eso es lo que ya tienen allí, pero sí al menos una buena asonada contrarrevolucionaria provocada por la secuela de devastación del meteoro.

Una pregunta de necesaria implementación surge del hipotético escenario anterior: ¿Queda algo por devastar en Cuba?

¿Queda allí algo en pie?

Hemingway tenía otra forma de ver las cosas. Como todo buen ciudadano cubano sabía que no existe mejor templanza para enfrentar los huracanes que tener ya almacenada en el buche una buena estiba de botellas de ron antes de que te toque la primera ráfaga. Lo demás es un problema que se deja a la solidez de las construcciones y a la sabiduría que en su momento aplicaron los constructores. Por cierto, que los cubanos nunca han agradecido a la escuela de arquitectura española que levantó esa país durante unos cinco laboriosos siglos que se las ingeniaran para colocar las ventanas siempre a favor del beneficio de los vientos alisios y a su vez para que aguantaran como monolitos el empuje de los huracanes.

Hablando de las monumentales pegas hemingweyanas de preparación de choque antihuracanes. Y si la tormenta te va a llevar el techo, que situación mejor que la de estar muerto de risa en medio de una borrachera. Estruendoso el ataque de hilaridad cuando ves que el techo se desprende, hacia arriba primero, como un platillo volador de Spielberg, y luego otra ráfaga lo lanza de un bofetón a 15 kilómetros de distancia como una guillotina de acción horizontal.

Miami. Veamos como son las cosas aquí durante esos fenómenos. Son solidarios. Desprendidos. Tú ves que se quedan sin luz, agua y combustible durante semanas y que las calles son escombreras y que los cables del tendido eléctrico aún chisporrotean, vivos, sobre el pavimento mojado, cuando deciden ayudar a los cubanos de la isla, por donde el mismo huracán pasó antes. Cuanta cosa hallan al fondo de las alacenas se convierte en donativos, a lo que se suma la previsión de los primeros auxilios con la adición de uno que otro paquete de curitas (las bandas adhesivas con almohadilla aséptica central) y pomitos de mercurocromo. El trabajo que da encontrar mercurocromo en las droguerías. Los americanos no saben lo que es eso. Y mucho menos que es una verdadera y prodigiosa poción que nos curó de cuanto arañazo y herida registramos en nuestra infancia. Conocen, eso sí, la bicicleta y los patines. Pero —para que vean— no como curar sus accidentes asociados. Y qué primeros auxilios se puede aplicar en Cuba de manera convincente sino hay una buena embadurnada final de mercurocromo, aunque lo que estés es muriéndote de asfixia o electrocutado por un rayo.

Lo mejor de todo es que esa ayuda no va a ningún lado y que desde un inicio está destinada a podrirse o ponerse zocata en los almacenes miamenses. Y que todos aquí conocen la respuesta del gobierno cubano desde que comienzan la recolección. Métanse esa miseria donde mejor les quepa, suele decir el gobierno cubano. ¿Y por qué lo hacen? Yo diría que por la satisfacción inmanente que de algún modo muy oscuro produce el desprecio. Y porque disponen de una nueva oportunidad para argumentar la maldad que se genera desde La Habana.

La temporada ciclónica de este año, sin embargo, promete. Los analistas cubanos del exilio ponen en sorna la capacidad de previsión y organizativa de Raúl Castro y que va a ser un fracaso en situación de emergencias. Ahí tienen la nueva ilusión. Quién quita que un cicloncito les haga el trabajo de preparación artillera y hasta de la invasión.

Todavía faltan unos 4 años para que, por las normas americanas, podamos llamarle dictador al menor de los Castro, pero quién sabe si una buena desolación y desespero nos ahorra esperar tanto tiempo. No obstante, me temo que él se leyó antes que muchos de nosotros la frase de Lenin sobre el potencial impulsor de levantamientos populares de los desastres naturales. Y debe estar amarrando las cosas. Un veterano de la botella, debe igualmente tenerlo todo preparado para aguantar los embates a la usanza hemingwayana. ¡Salud!

Foto: En mi casa. Verano de 1987. No hay tormentas. (Foto: Norberto Fuentes)