jueves, 26 de enero de 2012

Stalin no nos olvida

Trotski después del desayuno.

Por Norberto Fuentes

En una nota de advertencia que el proceso de edición dejó fuera del alcance de los lectores, Álvaro Alba nos define sus contactos “personales” —si así podemos llamarles—, con el otrora poderoso y aún hoy enigmático —y de muchas maneras oscuro, atravesado, desconcertante— segundo hombre de la Revolución de Octubre. El fundador del Ejército Rojo, el mismo que puso a una buena mitad de la oficialidad zarista a trabajar para los bolcheviques, luego de matar a la otra mitad. Lev Davidovich Trotski, Era el personaje histórico que Álvaro nunca calculó hasta dónde iba a comprometerlo y que lo ha hecho en unos buenos cinco años de su vida, tal el tiempo invertido en la producción de este libro magnifico (En la pupila del Kremlin, Asopazco, Madrid, 2011). Por su rigor y vocación de justicia histórica y política, es una verdadera ave raris en la producción historiográfica del exilio cubano. Pero Trotski no aparece como objeto de una biografía, sino como el destino final de un crimen. Bueno, crimen para llamarlo quizá de la manera más festinada. Los ejecutores seguramente lo llamarían una misión o una tarea. Lo único jodido de todo esto es el pobre Trotski dando tumbo en su biblioteca mientras exhibía una piqueta de alpinista sembrada en el cráneo hasta la coyuntura metálica del instrumento. Pero un cerebro aún en capacidad de organizar un conjunto de pensamientos de emergencia y ordenarle a sus tardíos guardaespaldas que no mataran a su verdugo, Ramón Mercader —que lo observaba, impávido— para que hablara.

Así, luego del despliegue de información inicial sobre esta personalidad al final trágica, entramos en contacto con la urdimbre de la vasta conspiración internacional pero originada en el Kremlin para asesinar a Trotski. Llegamos, sin embargo, a través de la vía más novedosa y vivaz que hasta ahora se haya presentado: la última alianza de Ramón Mercader, la hispano soviética Karmen Vega (Karmen con K, como ella insiste en llamarse), que desde la posición privilegiada de niña mimada, de recadera, enfermera y su acompañante de los últimos años, desde la dacha de las afueras de Moscú, hasta La Habana, donde Mercader murió en 1978, estuvo a su lado. Ella es la que nos ofrece el testimonio. Y es inusitado. El hecho de que Álvaro se haya agenciado de tan preciosa fuente de información y que se haya ganado la confianza de Karmen, nos permite ahora tener un conocimiento de la historia (si quieren con mayúscula: La Historia) digamos casero, cotidiano, como tratándola de tú. “Nadie es un genio para su valet”, dice el viejo refrán. Es así como, a través de esta criatura llamada Karmen nos llega con su voz solícita y cadencia femenina los entramados de una de las conspiraciones más relevantes y que mayor interés acapara de la historia del pasado siglo. Figúrense ustedes, el pioletazo en medio del cráneo tan largamente añorado por el camarada Stalin, su certera ejecución y el destino del ejecutor, contados a través de una mujer, una que nunca concibió algo trascendente en su vida, y que nos reproduce a su vez los acontecimientos tal y como Mercader se los contó. Desde luego, su veracidad es de todos modos convincente porque se registra en el único estado de gracia posible para contar el horror: la ingenuidad.

ELOGIO AL COMUNISTA

Cuando llega a La Habana por primera vez en 1960, Mercader esta dándole a la ciudad su toque final de universalización. Provinciana por obligación y necesidad de la Revolución, perdía el lustre cosmopolita ante una extraña, compulsiva vocación de transformarse en ciudad sitiada. Jorge Semprún nos comienza su novela La segunda muerte de Ramón Mercader con una descripción de la Quinta Avenida de Miramar, al oeste de La Habana, que atraviesa una de las barriadas más aristocráticas de esa ciudad, a través de los ojos de Mercader. Mercader contemplando la Quinta Avenida desde una ventana. Creo que fue la única obra de los 60 que mencionó su primera, breve estancia en La Habana, luego de salir de la prisión mexicana y como escala hacia Moscú. Pero te das cuenta de que Semprún no tiene idea de lo que está hablando. Es lo que decía Hemingway: “Cuando tú escribes sobre algo que no conoces, lo que queda en la narración es un hueco”.

Por suerte, Álvaro Alba contribuye de muchas maneras a suministrarnos un valioso material informativo, casi siempre inédito, sobre episodios elusivos, incómodos o que se resisten a ser revelados. Un botón de muestra, algo que nos toca muy de cerca: La relación del Partido Socialista Popular con la Lubianka. Hasta ahora oculta en los archivos de Moscú y La Habana, Álvaro nos la rescata. Y aparece Iosef R. Grigulievich, mensajero del Kremlin con los comunistas cubanos. Su pasaporte cubano a nombre de Antonio Molina Miranda le permite conspirar con Blas Roca y Nicolás Guillen. Cuba siempre fue refugio seguro, antes y después de la muerte de Trotski para los involucrados en la eterna conspiración. También los hoteles cubanos acogieron a la madre de Mercader, Caridad Mercader, ella acompañada de Naum Eitingon, el planificador y líder de la operación “en el terreno” —Ciudad de México, y lugarteniente de Pavel Sudoplatov, el jefe de operaciones encubiertas del NKVD, quienes escaparon de México al ser detenido Ramón. Los asesinos veranean en Cuba. La Habana, como París, era una fiesta para el NKVD.

La necesidad que tenemos de informar esa zona aún de misterio que es la relación cubana con el imperio soviético —y no solo en la Revolución, sino desde mucho antes—, y develar el verdadero alcance de las conspiraciones del Partido Socialista Popular, estrechamente vinculado a todos estos acontecimientos, es el reto que debe enfrentar Álvaro. Tiene que enfrentarlo. Eso pasa a veces, hermanos. Que los escritores también tienen deberes. Los ingenieros de almas, como les llamaba Stalin. Los hombrecitos de hierro tienen a veces su visión de las cosas.

Cliquee a continuación para acceder a la introducción editada —y hasta ahora inédita— del original de En la pupila del Kremlin (sólo en PDF).