miércoles, 8 de octubre de 2008

El fin de una tormenta

Filiberto Castiñeiras
Ex coronel MININT

En Miami, donde reside la mayor población cubana fuera de la isla, fue inevitable la angustia y en muchos casos la desesperación por sus familiares en Cuba, después del paso de dos huracanes en el lapso de una semana. Hacer llegar –o llevar personalmente– ayuda de cualquier tipo, y más que eso, trasmitirle a los suyos el sentimiento de solidaridad y apoyo, se convirtió en la misión priorizada de los emigrantes. Pero comenzaron los tropiezos. Medidas arbitrarias impuestas en función de una equivocada política impedían a los cubanos residentes en Estados Unidos unirse a los suyos –con la capacidad y en el momento que ellos, los damnificados, requerían. El interés por ayudar tocó el corazón de muchos. Entonces aparecieron los que quieren mantenerse en los noticieros de la tarde, llenos de entusiasmo y rubicundos, pletóricos de viejas ideas, robando cámara en los telemaratones, a sabiendas de que el gobierno cubano nunca ha cerrado sus expedientes de actividades subversivas. Y están los norteamericanos. Estados Unidos, por su parte, recurriendo a su Manual para Desastres. Enviar una comisión de expertos para determinar las necesidades en el terreno es su primera condición. Aunque conocen de antemano que la exigencia será rechazada. El secretario de Comercio Carlos Gutiérrez, un cubano salido de la isla cuando tenia 6 años y que jamás se preocupó por lo que allí pasaba hasta que fue confirmado en el gabinete del presidente Bush en 2005, ahora –con su inexpresiva y reiterativa imagen– se convirtió en vocero de una causa perdida de arrancada. Sus soporíferas comparecencias llenaron cuanto programa de opinión y noticieros existe en Miami. Tuvieron que pasar más de 15 días para que, al fin, se lograra alguna flexibilidad en las restricciones impuestas por Estados Unidos a los cubanos residentes en el país, limitando la visita a sus familiares –y solo los más allegados– cada tres años. Estados Unidos hizo por último el ofrecimiento de enviar ayuda a Cuba sin ninguna condición, pero, o no contaron con el pétreo orgullo de La Habana o lo hicieron como antorcha política en la seguridad de que no lo iban aceptar.

Otro asunto. Durante los últimos 50 años el pueblo de Cuba ha visto como sus casas y edificios se han ido deteriorando, día tras día. Cinco décadas sin reparaciones ni mantenimiento de ningún tipo han hecho desvanecer las imágenes de ciudades, modernas o coloniales. Sólo en los llamados polos turísticos, desarrollados para la explotación de los paisajes naturales del país, se han edificado nuevas instalaciones con los atractivos y comodidades de la vida moderna. Mas las ciudades y pueblos donde viven los que trabajan, los obreros y campesinos, la gente de a pie, recuerdan en muchos casos las ruinas de la Europa de posguerra.

Por otro lado tenemos la alimentación. El gobierno ha querido dirigirla a partir de la conocida libreta de abastecimiento, que con sus altibajos nunca ha cumplido en 50 años sus compromisos básicos. No sólo la llamada canasta familiar, ni siquiera el estómago de los cubanos que suelen recurrir al mercado negro, al mercado paralelo, y desde luego, al robo o al intercambio de productos para “resolver” los problemas alimentarios de cada núcleo familiar. Esta forma de existir ha trillado un camino. La diaria obediencia a un compromiso filosófico ha mantenido al pueblo cubano arrastrando esa cruz de ideas altruistas. Un camino que, justo cuando se cree llegado a su fin, recién comienza otra vez.

No obstante, a pesar de las vicisitudes enumeradas, no se puede desmerecer la capacidad de organización que tiene el gobierno cubano para enfrentar una crisis como la actual. Desde los años 80 se preparan para la invasión norteamericana y los planes de contingencia se actualizan año tras año. Raúl Castro ha sido precisamente quien tenazmente ha mantenido el rigor y la vigilancia sobre estos planes, los que hoy precisamente ejecutan ante las condiciones excepcionales de dos huracanes de magnitud 4-5. Raúl ha estado en su puesto de mando, dirigiendo las operaciones, y no en la calle, movilizando corazones como hubiera hecho Fidel. El país está hoy destruido, pero donde la gente no conoce la propiedad, la depresión castiga con mucha menor furia. Y así las cosas, una teja de fibrocemento o algunos bloques y ladrillos servirán para volver a arreglar su pobreza. Pan, azúcar y frijoles entonarán otra vez su estómago. Allí es costumbre que las noches sean mas largas por la falta de electricidad o que cocinen en el patio como lo hacía la abuelita, pero a su vez estas desgracias han creado el hábito de reunir a los vecinos para comentar lo mala que esta la situación o preparar una caldosa, el famoso caldo cocinado con el aporte de todos.

Ha transcurrido un mes del azote de los huracanes. No me cabe duda que Cuba se va a recuperar y volverá, lamentablemente, a los estándares anteriores. Para ello el gobierno ha utilizado y seguirá utilizando cuanto medio tenga a su alcance y agotara hasta la última de todas sus reservas. La ayuda internacional que han recibido de diversos países y entidades privadas ha sido muy generosa, especialmente en el caso de Rusia y Venezuela.

Mientras que Estados Unidos perdió otra vez la oportunidad de una iniciativa. Ganar un paso y no perder dos, como ha sucedido.

De los huracanes en Cuba se habla cada vez menos. Para saber lo que pasó tendremos que buscar los periódicos de Miami de aquella fecha en los que unos con pena y otros con saña predecían la hambruna, las epidemias y el éxodo masivo que ya se veía en la cresta de las olas. Otra vez, volvemos al punto de partida.