Fidel Castro todavía cuenta a su favor con las divisiones que marcaron la historia chilena, con la inocencia de una clase dirigente que se cree con pantalones largos por tener buenas notas en materia macroeconómica, y sobre todo con un legalismo exacerbado que no entiende las señales con que se mueve el mundo real.
Para nadie eran desconocidas las opiniones encontradas que despertaba el viaje de Bachelet a la isla. Opiniones que estaban marcadas por las fronteras de los años 70. Mientras la izquierda apoyaba, la DC se alineaba a la derecha pidiendo encuentros con la disidencia. Una derecha en la que uno de sus más destacados líderes viajó en 2002 a Cuba, se encontró con Castro y no dejó espacio en su agenda para el encuentro con los detractores. Incluso el ex Presidente Frei, nuevamente de candidato a la Jefatura de Estado, declaró que si él viajase a Cuba se reuniría con los disidentes. Cabe la pregunta entonces, ya que fue él quien reanudó las relaciones al nivel de embajadores con La Habana y recibió a Fidel Castro en Santiago en la Cumbre Iberoamericana de 1996, por qué no viajó entonces a la isla y aprovechó de darle cámara a la disidencia.
Una vez que Bachelet y su delegación ya estaban en La Habana, se hacían apuestas y se interpretaban las señales en torno a si sería recibida por Fidel Castro. Fidel sigue siendo una figura demasiado importante para la izquierda latinoamericana, que ha adquirido consideraciones casi míticas ahora que podría estar a un paso de la muerte. El no ser recibido implicaría ser considerado por La Habana como un gobernante de segunda categoría. El no ver a Fidel podría nublar la visita del mandatario a Cuba y ser blanco fácil de los comentarios de sus opositores. De ahí la “carrerita” de Bachelet, en medio de un acto, cuando le avisaron que Castro la esperaba. Y ahí están sus declaraciones posteriores donde no le marcó a Fidel ninguna cancha de los temas que habían hablado, si no que se limitó a decir lo bien que encontró al ex gobernante.
Aun cuando escribió un comentario muy por debajo de su nivel acostumbrado, Fidel aprovechó todos los elementos mencionados, se dio un festín con su comentario, esperó las reacciones y hasta ayer ya había escrito dos réplicas. Castro hundió su pluma en un caso sensible para Chile como es la pérdida del mar por parte de Bolivia en la guerra que enfrentó a ambos países (y a Perú) en el siglo XIX. Para las autoridades chilenas si hay un dogma ese es que la demanda marítima boliviana es un tema absolutamente bilateral (aunque ellos puedan inmiscuirse en temas internos cubanos, y reclamar por la situación de los derechos humanos). Fidel sabía en qué terreno estaba entrando. Por más que después el vicecanciller chileno dijera –y Castro lo refrendara- que eran opiniones personales.
Fidel Castro no es una persona completamente retirada. Quizá ya no cumple funciones en el consejo de ministros y en el consejo de Estado o ya no tiene un escaño en el Parlamento cubano, pero él sigue siendo el máximo dirigente de la Revolución y el primer secretario general del Partido Comunista de Cuba, en un régimen de partido único. Y aprovecha todas estas instancias a su favor, aun cuando su presencia se va reduciendo. Fidel recibe a quien le sirve a sus intereses, no al que considera en sus pensamientos. Y es él el que brinda su abrazo contaminante, cuyos efectos parecen imperecederos y se mantendrán mucho más allá de estos días. El próximo gobernante chileno que quiera pisar suelo cubano se la pensará dos veces antes de hacerlo y ojalá lo haga con los consejos que ha entregado nuevamente la historia.