En fin. Habría que decir que se llega a la capital cubana con cierta ansiedad. Alguien que nunca antes ha estado aquí tiende a fijarse en todo: primero en el aeropuerto que es como el aeropuerto de Santiago de los 70 y luego en los letreros de propaganda revolucionaria regados en la carretera. Por la ventana del minibús se leen cosas como ésta: "La libertad no se puede bloquear. Aquí no hay miedo". Otra: "8 horas de bloqueo equivalen a los materiales para reparar cuarenta círculos infantiles". ¿Círculos infantiles? "Son como sus jardines infantiles", me dice Navor, el guía del grupo. Hay varios mensajes en el mismo tono: "Dos horas de bloqueo equivalen a todas las máquinas de braille del país". "Tres días de bloqueo equivalen a todos los útiles escolares de un curso completo". Y así, uno tras otro, y vamos sacándoles fotos hasta que es evidente que da lo mismo, porque van apareciendo cosas mejores.
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