El próximo cambio de consideración, o por lo menos bastante serio, de la política cubana, debe ocurrir en Miami y no en La Habana, y será dentro de muy pocos días, si un candidato republicano al Congreso es derrotado. Pero si el voto tradicional cubano logra imponerse otra vez y el aspirante republicano por el Distrito 25 de la Florida, David Rivera, se hace con el escaño, entonces la conducta política de Cuba seguirá el mismo curso de los últimos cincuenta años. Y los viejitos que mandan en la isla respirarán tranquilos —¡otra vez!—. La verdad actual, sin embargo, es que hay inquietud en el Puesto de Mando fidelista. El contendiente demócrata —Joe García— es de las pocas figuras de su partido que encabezan el favor público en su carrera en las presentes elecciones. Pero en el caso de Miami, por la abrumadora mayoría de votantes cubanos en los bolsones electorales que además diseñaron los republicanos, un tema de política internacional —Cuba, Fidel Castro (y ahora su hermano Raúl)— se convierte en el asunto principal de la campaña; se trata, pues, no que están perdiendo las casas por la maltrecha economía americana o la maldad de los bancos, y que la economía individual es insostenible, o cualquiera de los acuciosos temas locales; no, el problema es un tirano allende los mares que disfruta de su poder omnímodo, y si hay que luchar por las viviendas, más se interesan por las que perdieron en Cuba hace cincuenta años, y no de que en cualquier momento se les puede aparecer el sheriff en la puerta de la que querían comprar aquí, con orden de tirarle todos los trastos al medio de la calle. Esos bolsones electorales son huesos duros de roer. El Distrito 25 fue concebido en 2000 para beneficio de Mario Díaz-Balart, uno de los vástagos de la dinastía republicana fundada por el otrora líder de las juventudes batistianas, Rafael Díaz-Balart, y se asienta fundamentalmente en los pantanos de los Everglades, donde al decir de los vecinos «hay más cocodrilos que electores».
Fidel no es ajeno a esto, desde luego, y siempre —como tiene que estar haciendo ahora mismo— apuesta al bando que le rinde todas las ganancias: los intransigentes republicanos. El enemigo, el supuesto enemigo de siempre. Ellos disponen del discurso más conveniente. Para empezar, hablan el mismo lenguaje. No me crean a mí. ¿Ustedes no han oído a David Rivera? Bueno, traten de aguantarle un discurso por lo menos cinco minutos. Se traba con el bloqueo y su único contraargumento es calificar a su adversario de esbirro comunista. Si las cosas le salen bien a Joe García —y los sondeos de opinión así lo indican— no sólo va a ganar un político joven pero sazonado, sino que se va producir un inevitable salto de calidad en el que es el enclave más importante de los Estados Unidos en relación con el Caribe —Cuba en primer lugar—, y al menos la cuenca atlántica del continente. Y aunque García, que lleva en la lidia unos veinte años (empezó muy joven, apenas obtenido su título de abogado, como un animoso prospecto del Partido Demócrata), prefiere dedicarse a los apremiantes asuntos locales (para lo cual el cargo fue diseñado desde la época de los Padres Fundadores), él entiende la paradoja que establece la vocación de Miami por volcarse hacia un archipiélago de países vecinos, no sólo Cuba. En ellos vive la mayoría de los parientes de la actual población de esta ciudad y desde aquí surge una porción considerable de su sustento.
Es lógico a su vez que esto se convierta en una especie de dictado de una micropolítica exterior americana y que se produzca e influya en una región que, pese al habitual desdeño gringo, sigue siendo su traspatio, con todo lo que esto tiene de valor estratégico. Y en lo que a Cuba respecta, García quiere aprovechar cualquier instersticio para traspasar el sórdido muro de la política de fortaleza sitiada erigido por Fidel desde por lo menos Bahía de Cochinos ¡en abril de 1961! No se dispone a cercarse él mismo dentro de una empalizada en el condado de Dade y deja esos menesteres a los gobernantes cubanos.
En fin, que se avecinan momentos de gran incertidumbre para Fidel si no se las arregla para que David Rivera gane esta contienda. De no lograrlo, va a romperse el dañino monopolio republicano de la región, que es el que Cuba ha fomentado con delectación y entusiasmo de orfebres desde sus centros de inteligencia y actuando en una ciudad que sigue dominando emocionalmente. Esperemos por la respuesta de La Habana a Joe García. No sólo quebraría el monopolio, sino que le va a acabar de desestabilizar el discurso. Y algo peor, como lo demuestra la secuela de boberías con que Fidel Castro se ha conducido en las últimas semanas. Votar de nuevo a favor de un David Rivera es hacerlo a favor de un obstinado condotieri que ha decidido librar la batalla contra un poder que no existe. Porque Fidel Castro ya no existe, ¿verdad? Extraño que un discurso de ese tipo pueda, por inexplicable simpatía, atraer otro igual. ¡Ciudadanos, no voten de nuevo en el vacío! Y es de desear que por una vez no elijan a sus enemigos.