Analista cubano
No todo será coser y cantar. La agenda con las tareas pendientes es voluminosa. El lo sabe. Ha terminado el tiempo de criticar. Comienza el de tomar medidas. El rostro de Barack Obama durante el discurso de agradecimiento a sus seguidores por la victoria, así lo demostraba. Manifestaba la satisfacción por el triunfo y la seriedad con que asume el liderazgo de su nación.
Los problemas no se crearon ayer y sabemos que se han acumulado durante años. Muchos querrán que mañana estén resueltos. Los más afectados por las consecuencias de las crisis financiera e inmobiliaria mostraran su desespero ante la impotencia de solucionarlo. La necesidad de nuevos empleos, la búsqueda de soluciones para una endeble seguridad social y un sistema de salud al alcance de todos serán las mayores presiones domésticas. Los republicanos, por supuesto, se encargaran de exigir el cumplimiento de cualquier programa al pie de la letra.
En el ámbito internacional, la guerra de Irak sigue consumiendo el dinero del contribuyente norteamericano y cobrando la vida de sus soldados. No es difícil predecir que cuando termine el tiempo del ejército de ocupación en el que Estados Unidos está comprometido, los iraquíes resolverán sus problemas, de acuerdo a su cultura y sin importar el derroche de dinero y vidas que —a base de mentiras— llevaron en aquel país. La preservación de la seguridad nacional y la lucha contra el terrorismo es otro de los retos del nuevo presidente. Irán y Afganistán tendrá su lugar en la lista de prioridades, en el que destaca con letras mayúsculas el apresurado resurgimiento de Rusia. Otros puntos del Medio Oriente no escapan de la agenda. Establecer un clima de entendimiento en las relaciones y cooperación con la Unión Europea es imprescindible para recuperar la confianza mutua.
America Latina requiere de atención especial. El incremento generalizado de la pobreza en la región ha propiciado el surgimiento de tendencias populistas de substancioso arraigo popular. En la mente del latinoamericano común, Estados Unidos llegó a sus países durante el siglo pasado sólo para intervenir militarmente o apoyar al dictador de turno. En el actual, los tratados de libre comercio son las nuevas intervenciones puntuales que muchos dudan de sus beneficios.
Por ultimo está Cuba, que ha ocupado el decir y hacer de los últimos 10 presidentes de Estados Unidos. El enfrentamiento sostenido entre los dos países durante 50 años sólo ha servido para crear y engrandecer una leyenda. La imagen de un hombre tan inteligente como tozudo ha recorrido el mundo como el David que enfrento a Goliat. Este mito ha servido a jóvenes de todas latitudes que —cíclicamente— han querido alcanzar el cielo. Barack Obama tiene la posibilidad de atemperar esa situación —y Cuba lo sabe. Para ello se vienen preparando desde hace tiempo. Quizás ya están enviando una escueta nota a través del representante norteamericano en La Habana felicitando al nuevo presidente, a la vez que el experimentado embajador, Jorge Bolaños, acreditado en Washington para esta ocasión, estará moviéndose con su mejor sonrisa entre los actuales y posibles funcionarios del Departamento de Estado. Cuba se debate en la más conocida de las sanciones impuestas por EE.UU. contra la isla: el embargo económico. Si eliminar esta sanción le posibilita el acceso a un manejo económico internacional más flexible, también eliminaría de un tirón la piedra angular del discurso de mutuos beligerantes.
¿Pronósticos? Esperemos alguna declaración desafiante. Algún capitulo inesperado puede producirse que eleve la tensión y los sitúe en una posición de fuerza ante los propios norteamericanos. Los agentes encubiertos a cargo de la disidencia interna serán orientados a exigir su inmediato apoyo y el cumplimiento de sus demandas. No importa lo que suceda. Ni siquiera saber que, a partir de hoy, para los cubanos de aquí y de allá, existe una nueva esperanza. Lo determinante ahora es saber por dónde y cómo va a responder el liderazgo castrista.