miércoles, 28 de enero de 2009

Sentir el ocaso

Raúl Castro debe haber sentido el frío. No el de la temperatura exterior, sino el del ocaso. El suyo y el de su hermano, y los peligros que enfrenta en Cuba el sistema que ha ayudado a levantar en 50 años. Eso al hacer el repaso de lo que fueron sus primeras horas en la antigua capital soviética. Casi un cuarto de siglo después de última visita, Raúl llegó a una Moscú que parecía más fría que de costumbre. Lo hacía sin el respaldo de un Fidel activo y se encontraba con una nación que fue devastada tras la caída de la URSS y que parecería estar levántandose a un costo enorme. Él mismo llega cuando sus fuerzas parecen flaquear. Su viaje no se parece en nada a aquellos que hizo cuando era joven, cuando el mundo estaba a sus pies y cuando la Unión Soviética era una verdadera potencia y un verdadero aliado. Mientras pasaba revista a los soldados rusos, tras bajar del avión, no logró disimular la tristeza y la nostalgia que lo embargaba, por más que intentara esconderlas bajo sus guantes y su grueso abrigo.