Creo que fue en el año 1988 cuando un amigo de la embajada soviética en Madrid me propuso hacer una de las entrevistas que a la postre sería de las más importantes de mi carrera. El personaje era Alexander Yakovlev, entonces principal consejero de Mijail Gorbachov, auténtico ideólogo de la Perestroika. Cuando murió en 2005, aun se discutía si había sido un traidor anticomunista agazapado toda su vida en el seno del PCUS, o si fue solamente un demócrata sobrevenido en sus períodos como embajador en Occidente, principalmente en Canadá. Para ser del KGB, mi amigo de la embajada -decía llamarse Mijail Samieluk- era bastante amable y de buen trato. Más de una vez salí de su casa con una tasa indecente de alcoholemia y nunca entendí cuál era el interés de preguntarle a un periodista por las cosas que publicaría al día siguiente. Él predijo que un día yo sería corresponsal en Moscú, como así fue, pero cuando llegué a la capital soviética, curiosamente nadie sabía nada de él.
En aquella época, la entrevista se hizo en el interior de la cámara de Faraday en la embajada soviética en Madrid, que era un cuarto con una mesa de reuniones y cuyas paredes estaban selladas con metales y pinturas especiales, para que ninguna onda o radiación de ningún tipo pudiera atravesarlas. Entonces algunos se escandalizaban de que se hubiera autorizado a la URSS a tener su embajada casi tocando con el cuartel general del Ejército del Aire, dando por hecho que los rusos se pasaban el tiempo espiando, cuando la verdad es que también eran ellos los que temían ser espiados.
El camino pasaba por un jardín angosto, donde había una máquina de servir Coca Cola, lo que me sorprendió mucho porque no pegaba con el estereotipo de la representación del imperio comunista: “Es para que veas que tenemos de todo”, me explicó Mijail echando mano sin duda del argumento de manual suministrado por el Partido. En la entrada, el retrato oficial del Secretario General todavía no había sido actualizado según los nuevos aires, puesto que a Gorbachov le habían borrado la ostensible mácula que orna su calva. “He aquí la libertad del artista”, dijo Mijail como toda explicación.
Yakovlev fue muy amable, mantuvimos una conversación de casi una hora, lo que en términos soviéticos significaba mucho interés y la entrevista tuvo cierto éxito, porque fue la única que se le hizo en España al primer emisario de Moscú que recorría el mundo para explicar los nuevos planes del gigante comunista. Las palabras de una personalidad de ese calibre se analizaban siempre al microscopio, así que todo lo que me dijo fue objeto de estudio en busca de posible información encriptada que pudiera esclarecer lo que en Occidente se creía que sucedía de verdad tras los muros del Kremlin. No recuerdo las palabras exactas, pero si el sentido preciso del mensaje que Yakovlev venía a contar al mundo: la URSS daba por terminada la Guerra fría en tablas y renunciaba a influir o amenazar a los demás países a cambio de que Occidente les dejase vivir en paz con su propio sistema socioeconómico. Y aquello fue el comienzo del fin de la Unión Soviética. Cuando uno está creado para competir, para imponerse sobre otro, la lucha es lo que te mantiene vivo. Salvo que el enemigo te pueda aplastar, mientras luchas estás vivo. Lo cuento a propósito de la última de las plúmbeas “reflexiones del compañero Fidel”, que termina precisamente haciéndole a Obama la misma reflexión que hacía Yakovlev: “No hemos solicitado la democracia capitalista en la que usted se formó y en la cual sinceramente y con todo derecho cree. No pretendemos exportar nuestro sistema político a Estados Unidos”. Las deducciones que puedan hacerse de esta nostálgica analogía son, naturalmente, responsabilidad de cada cual.