En una escena memorable de The American President (1995) de Rob Reiner, el inquilino de la Casa Blanca, el viudo Andrew Shepherd, (interpretado por Michael Douglas), saca a bailar a su nueva conquista, la ambientalista Sydney Ellen Wade (Annette Bening), durante una cena de estado en honor del Presidente de
Francia. Bailar en una ocasión como aquella está fuera de todo protocolo, por lo que la pareja es observada y es blanco abierto de los comentarios de todos los asistentes. Mientras danzan por el salón, Wade le pregunta al Presidente que cómo lo hace. “Seis lecciones (de baile) con Arthur Murray”, le responde él. “No me refiero a eso. Hay docientos pares de ojos clavados en usted haciéndose dos preguntas: ¿Quién es la muchacha y por qué el Presidente está bailando con ella?”, le explica la mujer. Entonces Shepherd le replica: “Bueno, en primer lugar, los docientos de pares de ojos no están clavados en mi sino en usted, y las respuestas son Sydney Ellen Wade y porque ella dijo sí”.
Hace una semana el Papa Benedicto XVI realizó su visita a Cuba, tras lo cual corrieron ríos de tinta en los que se comentó el paso del obispo de Roma, se le comparó con el viaje de Juan Pablo II, se le criticó por no haberse reunido con la disidencia y se buscó mensajes implícitos en sus mensajes. Sin embargo, la visita, al igual que el baile entre el Presidente Shepherd y Sydney Ellen Wade, tuvo dos protagonistas, y si bien lo casi obvio era enfocarse en el Pontífice, quien supo sacar el máximo provecho fue Raúl Castro.
El gobernante cubano estuvo presente en cada acto como representante de su país, sin que nada ni nadie le hiciera sombra, demostrando que el pasado es recuerdo y que él es presente. Entre los dos octogenarios (Raúl Castro 80 y Joseph Ratzinger 84), el cubano parecía jovial y fuerte. Utilizando la pantalla que se abrió con la gira papal, mostró ante el mundo, que él es un gran organizador. Todo funcionó como debía funcionar: las plazas llenas y ordenadas, la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre reluciente, los caminos impecables y un cronograma que se cumplió con rigurosidad suiza. Incluso el encuentro de Fidel con Benedicto XVI resultó perfecto. El “comandante”, como le gustó decir al vocero papal y al secretario de Estado vaticano, mostró en todo su esplendor lo anciano que está y lo necesitado de lograr protagonismo (aunque ya no hay caso), sin mencionar la presencia de su mujer y de tres de sus hijos, que sólo recalcó la imagen de que el señor de barba es un jubilado esperando a la huesuda y que todo eso no se trató de un encuentro entre representantes de dos estados, sino una reunión anecdótica para la bitácora del Pontífice.
Raúl, que recibió y despidió a Ratzinger al pie de los aviones y que participó en las dos misas masivas que celebró, sin que hubiese necesidad de eso, afiló sus mensajes sobre los preceptos de su régimen, sobre su enfrentamiento con EEUU, sobre los cambios y sobre los contactos con el exilio menos visceral. Sabía que las miradas estaban puestas en su baile con el Papa, por lo que no debía malgastar esa oportunidad para mostrar al mundo lo que se ha hecho y lo que se está haciendo en Cuba.
Todos a la Plaza. Todo cuidado. Ordenado. |