Publicado en La Tercera,
el 11 de octubre de 2014
La medida anunciada hace dos semanas muestra que las cosas no caminan como se esperaba. De otra forma no se explica que el “zar de las reformas”, Marino Murillo, el mismo que estuvo al frente del Ministerio de Economía entre 2009 y 2011, tras lo cual ascendió a jefe de la Comisión Permanente para el Desarrollo y la Implementación de los lineamientos (a cargo de las reformas), regrese como titular de esa cartera, pero con mayores atribuciones. Eso, en momentos en que hay pocas señales de que la economía cubana gana dinamismo y cuando se apuesta al siguiente paso en las reformas y quizás uno de los más difíciles: la unificación monetaria en la isla (actualmente existe el peso cubano y el CUC, o peso convertible que tiene paridad con el dólar).
Murillo es un economista de 53 años que pertenece a la generación de jóvenes dirigentes comunistas, igual que el primer vicepresidente del Consejo de Estado, Miguel Díaz-Canel, señalado como un fuerte candidato para relevar a Raúl Castro en 2018. Nació en febrero de 1961, es decir, dos años después del triunfo revolucionario. Asistió al Colegio de la Defensa Nacional, donde se especializó en Economía, y buena parte de sus estudios universitarios los hizo en la ahora desaparecida Unión Soviética.
De “funcionario de base”, tuvo una progresiva carrera en el aparato estatal, con varios cargos en el Ministerio de Industria Alimentaria. Pero sus verdaderos ascensos los logró cuando en 2006 fue designado viceministro de Comercio Interior y en 2009, cuando fue nombrado titular del Ministerio de Economía y Planificación. Esos nombramientos se dieron en momentos de fuertes cambios en la cúpula del poder cubano. En 2006, Fidel Castro -quien fue operado a consecuencia de una grave enfermedad- fue relevado por su hermano Raúl. Dos años después, el nuevo gobernante isleño asumió en propiedad como jefe de Estado y poco a poco puso a hombres de su confianza en los cargos ejecutivos.
El desafío con el que Murillo asumió era impulsar la apertura económica, hacer rentables las empresas estatales y sentar las bases para que la economía cubana fuese viable y no sucumbiera en la falta de recursos y la inoperancia, después de décadas subsistiendo gracias a la ayuda soviética y después plenamente dependiente del sector turístico.
Con ese objetivo se recortaron puestos en el aparato estatal y se permitió la aparición de pequeños negocios particulares, muchos de los cuales ya funcionaban en forma clandestina o sumergida. Se aprobó la compra y venta de viviendas y vehículos y se eliminaron muchas de las trabas para viajar al extranjero. Además, Marino Murillo fue la cara visible de iniciativas como la Ley de Inversión Extranjera, que busca atraer capitales foráneos.
A Murillo no se le atribuyen ambiciones políticas y tiene fama de administrador pragmático y tecnócrata meticuloso. Quizás por eso no afectó a su carrera la huida de su hija a Estados Unidos en 2012.
Pero los ansiados beneficios de esas reformas no se traducen en una mejora en las condiciones de vida y el gobierno ahora se enfrenta al desafío de terminar con la duplicidad monetaria, que en opinión de algunos analistas ha sentado, durante años, las bases para el establecimiento de una doble economía ficticia.
Murillo, pese a regresar a ser ministro de Economía -con la apuesta de “armonizar e integrar a un nivel superior el proceso de actualización del modelo económico”, como sostuvo el comunicado oficial-, mantiene los puestos que acumuló en estos años: vicepresidente del Consejo de Ministros, miembro del Politburó del Partido Comunista y jefe del equipo económico.
Lo cierto es que los números no son auspiciosos. La desaceleración de la economía es mayor a la esperada; los ingresos por turismo bajan; los de las exportaciones de níquel no crecen, pese al aumento del precio; buena parte del presupuesto nacional se va en importaciones de alimentos, y pese a los esfuerzos, la industria nacional no despega.
En marzo, Murillo declaró ante el Parlamento local que Cuba aspira alcanzar un ritmo de crecimiento anual de entre el cinco y el siete por ciento, “y para conseguirlo se hace necesario alcanzar tasas de acumulación (de capital) del 20 al 25%, mediante créditos e inversión extranjera directa”.
lunes, 13 de octubre de 2014
jueves, 25 de septiembre de 2014
Treinta miradas de un
Lezama Lima íntimo y desconocido
El escritor cubano José Lezama Lima (1910-1976) no era muy dado a dejarse fotografiar. De hecho, la gran mayoría de las fotos que se encuentran en internet, corresponden al autor de Paradiso y Dador detrás de una mesa, durante una conferencia, en algún evento público o como mucho en su estudio. Ya por eso resulta llamativa la exposición del fotógrafo cubano Iván Cañas “Lezama inédito”, que acaba de abrirse al público en la Universidad del Claustro de Sor Juana, en Ciudad de México, porque muestra al poeta, novelista y ensayista en la intimidad de su casa o posando en el Paseo del Prado en La Habana. En esta entrevista con Cañas (La Habana, 1946), quien salió de Cuba en 1992, cuenta cómo y cuándo tomó las 30 fotos que componen su muestra, la cual ya fue exhibida en Miami en 2010 con motivo del centenario del nacimiento de Lezama Lima.
¿Cuándo tomó esas fotos?
En 1969 y en 1970. Las primeras fueron dentro de su casa, en la intimidad familiar, con su esposa… Tú sabes que él era gay, o sea, un gay de clóset, pero él estaba casado. Al año siguiente fui otra vez y logré sacarlo de la casa y fuimos al Museo de Artes Decorativas, que tiene un jardín muy lindo, muy lleno de vegetación. Ahí iba con otra ropa, con un traje, porque en las primeras fotos sale con una guayabera. Y la segunda vez también lo saqué caminando, a dos cuadras de su casa, al Paseo del Prado, un lugar muy emblemático de La Habana.
¿Cómo era como modelo, para las fotos?
Era un hombre que no le gustaba posar, no le gustaba la fotografía. Lo que pasa es que yo le caí bien. Hay muy pocas fotos de ese tipo, de la intimidad.
¿Para qué tomó esas imágenes de Lezama Lima?
La primera vez yo fui a su casa con mi maestro, que era el pintor Raúl Martínez, para mostrarle la maqueta de un libro de fotos, un ensayo fotográfico, sobre la vida del hombre común en Cuba (que años después se publicaría con el nombre de El cubano se ofrece). Con la ayuda de mi maestro, armamos un libro con unas 50 fotos. Hicimos una maqueta del libro, antes de llevarlo a imprenta, que quedó preciosa porque el mismo Raúl la diseñó, y cuando la tuvimos lista, me dijo: “Vamos a llevársela a un amigo mío”. Yo conocía a Lezama Lima de nombre, desde luego. Era una gloria, sobre todo de la literatura underground, porque no tenía cobertura en ese momento. Raúl me dijo “es una persona muy culta y vamos a ver qué opina del libro” y fuimos a su casa. Yo llevaba la cámara arriba y, estando ahí, parece que le caí bien al hombre. Vio el libro y le gustó mucho, el no sabía mucho de fotografía, pero bueno, nos atendió muy cordialmente. Como había un buen ambiente le pregunté: “Maestro, ¿le puedo hacer unas fotos?”. “Pero sí, muchacho, haz lo que tú quieras”, me respondió. Entonces lo empecé a mover por la casa con la que fue su nodriza y con la esposa, y tomé fotos de ellos tres, de él solo sobre todo, de él con los cuadros que le habían pintado sus amistades.
¿Y la segunda ocasión?
Inexplicablemente, porque Lezama Lima ya estaba censurado, me mandaron de la revista Cuba a hacer unas fotos de él, para un reportaje para la agencia Prensa Latina. Al principio pensé que nunca se habían publicado, pero sí se llegaron a publicar unas cuatro o cinco fotos de esa segunda visita.
¿Cómo surgió la idea de hacer la exposición?
Los negativos de la primera visita eran míos, desde luego, pero los de la segunda no sé cómo me pude quedar con ellos. Pasó el tiempo, pasaron 40 años y un amigo en La Habana que me había guardado los negativos, me mandó un correo donde me decía: “Iván, dentro de cuatro o cinco meses va a ser el centenario de Lezama Lima” que había ido cogiendo un perfil mundial. Le encontré toda la razón, y me puse a buscar en mi archivo. Mi amigo me dijo “revisa las fotos porque son muy buenas”. Habían estado varios años en su casa, guardadas, y efectivamente me di cuenta que había fotos interesantísimas. Así fue como les plantee a los organizadores de la Feria internacional del Libro de Miami la idea de montar una exposición, les gustó la idea y se hizo la primera exposición. Le puse “Lezama inédito”, porque realmente eran fotos que no se conocían prácticamente en ningún lugar del mundo.
miércoles, 6 de agosto de 2014
El regreso de Alina
Con su padre biológico, el día de su primera boda, en 1973. |
Con un pasaporte cubano y acompañada de su hija llegó a La Habana, el domingo, Alina Fernández Revuelta, la hija extramatrimonial pero reconocida de Fidel Castro. Fue un viaje tan sorpresivo como inesperado, ya que la mujer, que ha vivido los últimos 21 años en Estados Unidos como una ácida y ferviente crítica del régimen que instaló su padre en Cuba, decidió volar hasta la isla ante el grave estado de salud de su madre, Natalia Revuelta, de 88 años. Así lo aseguraron a La Tercera varias fuentes con altos contactos en Cuba y con vínculos de amistad con Fernández.
Según esas versiones, el jueves de la semana pasada, Revuelta, quien tuvo una relación amorosa con Fidel Castro en 1955, estaba duchándose en su casa del Nuevo Vedado, donde vive sola, cuando se cayó y se golpeó la cabeza. Pensó que no había sido nada, se reincorporó y se arregló para salir. Sin embargo, cuando iba caminando, el dolor en la cabeza aumentó y la fiebre le subió. Fue llevada al prestigioso centro médico Cimeq, pero luego trasladada a la llamada “Clínica de 43”, donde fue internada. Tenía un coágulo en el cerebro, por lo que fue operada. En forma paralela comenzaron los frenéticos intentos por contactar a su hija Alina, en Miami, algo que sólo se logró el sábado. Ante la gravedad de la situación de su madre, tomó el primer vuelo disponible a La Habana, la mañana del domingo.
Fernández nació en marzo de 1956, fruto del romance entre Castro y Natalia Revuelta. En esos años, Revuelta, una mujer que deslumbraba por su belleza, vivía cómodamente y estaba casada con un afamado cardiólogo, Orlando Fernández, con quien tenía una hija. Pero estaba muy interesada en la política, gracias a lo cual conoció a Castro y quedó embarazada de él. Eso ocurrió antes de que Castro partiera a México, donde preparó su regreso a bordo del yate Granma.
Tras el triunfo revolucionario, su ex esposo y su primera hija, Natalí, partieron rumbo a Estados Unidos. Muchos años después, en 1993, en medio del Período Especial tras la caída del bloque socialista europeo y el fin de la Unión Soviética, hizo lo mismo Alina. Era impensable que la hija del Comandante en Jefe, que en ese tiempo estaba dedicada al modelaje y cuyos escándalos estallaban a cada momento, le permitieran dejar el país y sumarse al exilio. Por eso lo hizo disfrazada, con una peluca y con un pasaporte falso, rumbo a Madrid. Todo financiado por la revista Paris Match y con la ayuda, entre otros, de su amigo de infancia Osvaldo Fructuoso. Se instaló en Estados Unidos y en 1997 publicó el libro Alina. Memorias de la hija rebelde de Fidel Castro, que le costó una millonaria demanda de su tía, Juanita Castro -quien vive también exiliada en Florida-, por las descalificaciones en contra de sus abuelos Angel y Lina. Fernández (de los siete hijos reconocidos de Fidel Castro es la única mujer) se sumó a los sectores más radicales del anticastrismo y comenzó a participar en diferentes programas de radio.
Durante todos estos años, nunca completó sus trámites para obtener la ciudadanía estadounidense, razón por la que viajó a La Habana con un pasaporte cubano vigente. Sólo en mayo pasado y frente al cambio de las leyes migratorias cubanas impulsado por el gobierno de Raúl Castro, declaró en una entrevista con la agencia española Efe que tenía “la sensación y el instinto” de que “todavía” no era el momento de viajar a la isla. “No quiero tener problemas. A estas edades (58 años) una es menos aventurera (...). Me da mucha pena, porque mi madre está mayor (...) y ver a tu madre y querer hacer algo por ella es una ley de la naturaleza, es algo visceral”.
Es conocido que Fidel Castro le mandó a decir a Alina Fernández que era libre de volver a Cuba cuando lo quisiera. Y Raúl Castro ha sido un firme partidario de los reencuentros en su familia, tanto así que facilitó durante años los viajes de la primera esposa de Fidel, Mirta Díaz-Balart, desde España a Cuba, para reunirse con su hijo “Fidelito”, y visitó el sábado pasado a Natalia Revuelta para enterarse de su situación. De cualquier forma, la noticia del viaje de Fernández demuestra la capacidad del gobierno cubano para movilizar al exilio de Miami con una noticia que con seguridad estará en boca de esa ciudad durante algunas semanas.
miércoles, 23 de abril de 2014
El que calla
Es posible que apenas suba estas líneas, Fidel Castro se pronunciará sobre la muerte de Gabriel García Márquez. Aun así, cuando los últimos compases de los vallenatos se han apagado y las rosas amarillas comienzan a marchitarse, todo en homenaje al autor de El coronel no tiene quien le escriba, llama la atención que Castro no se halla referido al escritor y Nobel que logró utilizar a su antojo y mantener a su lado contra viento y marea. Eso sin contar la corona de flores que llegó hasta el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México con la escuálida leyenda “De Fidel Castro Ruiz. Al amigo entrañable”. En todo caso ese silencio, que da rienda suelta a las elucubraciones sobre el verdadero estado de salud del líder de la Revolución Cubana, no es nuevo. Cuando el Presidente venezolano Hugo Chávez, murió el 5 de marzo de 2013, tardó seis días en publicar una líneas, y demoró casi dos semanas en reaccionar —como lo hace desde que se retiró del poder en 2006, a través de un texto en la prensa cubana— a la muerte del sudafricano Nelson Mandela, el 5 de diciembre de 2013. Quizá no esté pasando por un buen momento de su etapa jubilatoria, que una sequía creativa lo esté afectando o simplemente no sabe cómo escribir algunas de las anécdotas que compartió con Gabo sin descubrir algo de su propio historial y sus propósitos más ocultos. Lo que sea siempre es mejor quedarse callado que terminar con unos mensajes que nadie entiende, como cuando mencionó la expansión del universo o aquello que hacen los yogas.
viernes, 28 de marzo de 2014
Todo un siglo con SALAS
Che. 1964 |
En todo caso Osvaldo Salas tiene el récord de ser uno de los pocos que fotografió a Fidel antes de que se hiciera conocido con su barba y su traje verde olivo, y también después de la victoria de 1959. Las primeras de esas imágenes las tomó en 1955, cuando Salas vivía en Nueva York, y las otras en Cuba, cuando la marea de esos años lo llevó de regreso a la isla. De esos tiempos son imágenes que están en la retina de la historia: la de Fidel y Raúl Castro, con el Che; la de Celia Sánchez, de perfil, fumando, o la de Guevara, divertido, con las botas enbarradas.
Este sábado 29, Osvaldo Salas, quien falleció en 1992, habría cumplido 100 años, y su hijo, Roberto, aún un fotógrafo activo, lo recuerda con cariño y admiración, y relata algunos de los pasajes de su vida en esta entrevista telefónica con Toda la noche oyendo pasar pájaros.
Osvaldo Salas. |
Mi padre fue a Estados Unidos de muy joven, a los 14 años. Mi abuelo emigró a Estados Unidos, más o menos en la época de la depresión económica mundial. Mi abuelo era soldador, y mi padre con su hermano menor comenzaron a trabajar de muy jóvenes con mi abuelo. Tenían un taller de mecánica, de soldaduras y esas cosas. Mi viejo en Estados Unidos estuvo 34 años, hasta 1959.
¿Y cómo llegó a la fotografía?
Por tropezones, de casualidad. En los años 40, él estaba trabajando como soldador en una empresa en Nueva Jersey. El hacía trabajos de especialidad, de soldadura de banco, de acero inoxidable, de alta precisión. En ese centro de trabajo había un club de fotografía, y los miembros de ese club iban a ver a mi padre para que les hiciera bandejitas, pinzas y distintos aparatos de acero inoxidable que se utilizaban en la fotografía (en el laboratorio). Entonces él se fue interesando en aquello, porque le llamaba la atención, y con el tiempo mi padre se hizo miembro de aquel club. Todo esto fue antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial. Cuando se acabó la guerra mi padre ya era miembro activo en ese club y en 1947 se ganó el primer premio del club por una fotografía. Así el viejo, que ya venía con esa atracción por la imagen, empieza a trabajar simultáneamente de soldador y a tirar fotografías. Al principio eran de nosotros, de mi hermana y yo, cuando éramos más pequeños, de gente del barrio que le pedía hacer una foto de un cumpleaños. Así poco a poco fue haciendo cosas. Y comenzó a ver que había un ingreso por ese lado y empezó a comercializarse. Pero llegó un momento, en 1948 más o menos, que con el volumen que tenía de fotografías que hacía en la casa, más el trabajo que tenía (de soldador), tenía un horario muy extenso y ya no podía seguir con las dos cosas. Tenía que escoger: “O soy fotógrafo o soy soldador”. Ese es el momento en que decide dedicarse a la fotografía. Instala un pequeño laboratorio en la casa donde nosotros vivíamos en el Bronx, comienza a hacer algunas cosas comercialmente y después abre un local en Manhattan y establece su estudio de fotografía, a dos cuadras de Times Square. Empieza a hacer cosas deportivas, cosas periodísticas, en fin, todo lo que entraba por la puerta para poder ganarse la vida. Lo mismo era una boda, que un bautizo, fotografías de carné. En fin, todo lo que era posible hacer.
A él, en esa época, ¿qué era lo que más le gustaba hacer en cuanto a fotografía?
Bueno, realmente, no puedo decir qué era lo que más le gustaba. No creo que ese momento él se haya decidido por alguna forma, por algún estilo. El hacia un trabajo generalizado, de cualquier cosa. He dicho en otras ocasiones que nosotros (porque yo me incluyo en eso, yo dejé la escuela a los 15 y me puse a trabajar con él) realmente tirábamos fotografías, y yo creo que después de 1959 empezamos a desarrollarnos, a hacer fotografía. En Nueva York nosotros teníamos que hacer lo que querían los demás. Pero ya en 1959, aquí, empezamos a hacer el estilo de fotografía que nos gustaba a nosotros. Yo creo que ese es el momento en que el viejo empieza a madurar más y a perfeccionar más su estilo.
Fidel en Nueva York, en 1955. |
En todos esos trabajos múltiples que él hacía, él también hacia trabajos de free-lance, para periodistas, gente que le pedían trabajos, periodistas latinoamericanos, fundamentalmente de Venezuela, de México, de Cuba. En 1955 él recibe una solicitud de trabajo para la revista cubana Bohemia, conjuntamente con un periodista que había en Nueva York, que se llamaba Vicente Cubillas, para hacer unas fotografías de un pequeño grupo de personas que eran de oposición al gobierno de Batista. Como la revista Bohemia estaba en contra del gobierno de Batista, tenía interés en mostrar que esta gente seguía activa, ya que habían rumores que sostenían que estaban escondidos, que habían desistido de sus demandas. Llegaron a Nueva York a recoger fondos, a buscar apoyos para lo que ellos posteriormente iban a hacer. Entonces, llegó al estudio de mi padre, se ponen de acuerdo ahí y el viejo hace el reportaje para Bohemia, que salió publicado en 1955.
¿En ese tiempo su papá ya tenía alguna idea política definida?
No, absolutamente ninguna. En ese momento no. El viejo estaba totalmente alejado de ese tipo de cuestiones. Mi padre hizo ese trabajo (de Fidel en 1955) como cualquier otro trabajo, porque nosotros en ese momento no teníamos elementos, porque no vivíamos en Cuba. Lo que pasa es que después nos vinculamos ahí (con la gente opositora a Batista), entonces al triunfo de la revolución ya estábamos más o menos definidos, siguiendo al Movimiento 26 de Julio.
Roberto Salas. |
No, yo no creo. Nunca lo vi así. Era un trabajo más. El hacía sus cosas y yo hacía las mías. Nunca pensé en una competencia. Se dice que cuando padre e hijo están en la misma profesión, subconscientemente la segunda generación siempre trata de hacer las cosas algo distinto de la primera generación. Realmente mi padre trabajaba por un lado y yo, por otro. No coincidíamos. Lo que sí hace él aquí es perfeccionar su estilo, buscando lo que había sido su nacimiento en la fotografía. Hay que acordarse de que él era retratista, que tenía un estudio de fotografía en Nueva York. Entonces él trae ese concepto adentro, de hacer el retrato, la fotografía más cercana, y él se convierte en un retratista.
¿Cómo fue que regresaron a Cuba? ¿Fue una petición de Fidel?
Hasta cierto punto, sí. No fue un “ordene y mande”, ni mucho menos. Mi padre siempre quizo, de alguna forma, de alguna manera, a lo largo de los 34 años que estuvo allá, regresar para Cuba algún día y vivir aquí. Entonces, al surgir este proceso, vio la oportunidad. Fidel nos dio la oportunidad, más o menos directamente, de que nosotros hacíamos falta aquí, que se iba a hacer una nueva prensa, que teníamos trabajo. Eso nos dijeron Fidel como otros compañeros. Nosotros vimos la posibilidad del “cielo abierto”, y el viejo lo vio como la oportunidad para definitivamente quedarse en su país, que era lo que siempre él quería. Porque en el fondo, él era muy cubano. El estuvo 34 años allá y nunca se hizo ciudadano norteamericano. El siempre pensaba que “algun día, algún día”. Y el proceso político en Cuba abrió muchas oportunidades de trabajo aquí, y podíamos hacer muchas cosas. El viejo lo aprovechó y por eso fue que se vino para acá. Entre enero y febrero (de 1959) ya estaba aquí. Va y viene a Nueva York como tres veces, pero ya en 1960 él ya está establecido definitivamente en Cuba, hasta que falleció, en 1992. Ahora, ¿cuál es la vinculación de nosotros directamente con Fidel? Bueno, había un antecedente: que ya nosotros lo conocíamos desde 1955, fundamentalmente el viejo, y entonces después fue más fácil una serie de cuestiones.
El triunfo de la revolución, el regreso a Cuba ¿le cambio a su padre el sentido que tenía para él la fotografía?
Si. Desde el punto de vista técnico, nosotros dejamos la grandes cámaras, los grandes flash y todas esas cosas. No los utilizábamos. Y empezamos a trabajar con cámaras de 35 milímetros y a hacer fotografías con luz ambiental, a hacer reportajes. Toda una serie de cosas que nosotros allá no hacíamos. Y tirábamos fotografías de lo que nosotros queríamos, que creo que era lo más fresco del asunto, no?
Cuando él regresó a Cuba ¿se mantuvo como independiente o entró a formar parte de algún medio?
Nosotros somos fundadores del periódico Revolución, que nació más o menos en enero de 1959. El periódico fue, con la perspectiva de los años, pilar del desarrollo de la fotografía de aquel entonces, que después llegó a conocerse como la fotografía épica de la Revolución Cubana, que éramos un grupo –no muy grande– donde estaba Korda, el viejo, Corrales, Liborio (Noval), yo y algunos compañeros más. Pero un pequeño grupo, de ocho o 10 personas. Cambiamos el estilo, la forma en que se hacía fotografía de prensa en Cuba, y la hacíamos en una base diaria, en fotorreportaje. Nadie sabía lo que estábamos haciendo, que estábamos haciendo cambios, ni haciendo historia. Eso se descubre con los años, retrospectivamente. Nosotros trabajamos directamente con el periódico Revolución, y también hacíamos cosas con la revista Bohemia. Después empezamos a hacer otros trabajos. Desde el punto de vista económico para nosotros era mucho más conveniente estar en Cuba, porque estábamos ganando mucho más de lo que ganábamos en Nueva York. Y la vida era más barata, más fácil que aquí.
En los 70 y en los 80 ¿qué siguió haciendo su padre?
El siguió trabajando en el periódico hasta los años 80, por ahí. El siguió trabajando todo ese tiempo, haciendo distintos reportajes, hacía exposiciones de fotografía, que presentaba en distintos países. Viajó mucho haciendo distintos reportajes por muchos países, a nombre del periódico, a nombre de revistas. El se mantuvo en la prensa todos esos años. Tiene un trabajo muy amplio que abarcaba muchos terrenos.
¿Y después buscó un nicho distinto de fotografía o siguió con los reportajes, los retratos?
Realmente yo creo que al viejo no se le puede definir por un estilo determinado. O sea que él hacia muchas cosas. Realmente como fotógrafo de prensa él hacia de todo. Ahora, él, particularmente, se perfeccionaba y hacia algunas cosas particulares para él.
¿El nunca hizo clases?
No. Nunca dio clases. Lo que sí, los jóvenes se acercaban a él, le daba explicaciones, pero como profesor en algo, él nunca lo hizo. El era más bien espontáneo. Tú le preguntabas algo y él te decía, te ayudaba. El fue responsable de fotografía del periódico, por muchos años, de Revolución, que después se llamó Granma. El también es fundador de Granma, y también el era el responsable de fotografía.
¿Tenía alguna foto a la que le tenía más cariño?
Yo no te pudiera decir una… él tenía unas cuantas. Por ejemplo, una que le gustaba mucho y que se hizo muy famosa, que es el perfil del Che donde está fumando. También le gustaba una donde está Fidel y Hemingway, que es un retrato, casualmente, de la cara de Hemingway y de la cara de Fidel. Y una serie de imágenes sueltas, de cosas que políticamente no eran destacadas, ni mucho menos, pero eran imágenes que a él le gustaban: escenas callejeras, escenas de niños, personas caminando por la calle. Muchas de esas cosas que a él le gustaban y presentaba en sus exposiciones. Eran fotografías de Cuba, pero no eran de personalidades ni mucho menos. De todas formas a él le gustaba todo su trabajo. Si él lo mostraba era porque le gustaba. Lo que no le gustaba, no lo enseñaba.
Hemingway y Castro. 1960 |
Fidel, Raúl y el Che. 1963 |
lunes, 24 de febrero de 2014
Muere el general Pascual Martínez Gil
Fiel a su estilo, en lo que se refiere al pasado y nombres incómodos, el gobierno cubano tiró un manto de silencio sobre el reciente fallecimiento de Pascual Martínez Gil, general del Ministerio del Interior y jefe de las Tropas Especiales, quien llegó a ser viceministro primero del Minint pero que fue condenado a 12 años de prisión en 1989. Su caída en desgracia se produjo en el marco de la Causa N°2, el proceso que llevó al desmantelamiento del Ministerio del Interior que entonces encabezaba José Abrantes, y que estuvo vinculado estrechamente a la Causa N°1, el juicio por supuestos delitos de narcotráfico que terminó con el fusilamiento, entre otros, del general Arnaldo Ochoa y el coronel Antonio de la Guardia.
Al frente de las Tropas Especiales y de la Seguridad Personal, le correspondió acompañar a Fidel Castro en la mayoría de sus viajes al extranjero en la década de 1970 y hasta 1989, y cumplió misión en Angola donde sufrió severas heridas al activar una mina anticarro en los combates contras las fuerzas sudafricanas. La misma acción le costó la vida al general Raúl Díaz Argüelles. Martínez Gil era conocido como un militar muy laborioso, con una reputación a base de trabajo y golpes audaces, y considerado como un cuadro emblemático del Minint de esos años.
En 1989, al conocer la sentencia en su contra, Martínez Gil lanzó una frase que aún resuena: “El mayor castigo es no poder volver a estrechar la mano del Comandante en Jefe”. Una clara muestra de un hombre que fue forjado por la Revolución, que era de la confianza del propio Fidel, que siempre acató sus órdenes y que no sabría, tras su condena, cómo reaccionar cuando fue señalado como un enemigo.
Según fuentes que conocieron de su deceso, Martínez Gil, de 71 años, presentó malestares a pincipios de la semana pasada, por lo que fue atendido en el famoso Hospital Cimeq, donde se atiende la alta nomenclatura cubana. Falleció pocos días después y a los familiares se les indicó que mantuvieran la discreción y que realizaran una ceremonia muy íntima, "que no era necesario armar espectáculos". Muy pocas personas asistieron a su entierro, que se llevó a cabo al parecer el miércoles. Martínez Gil deja a su esposa y a un hijo en Cuba, y a una hija que está en Estados Unidos.
Martínez Gil durante la Causa N°2 y el proceso contra Abrantes.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)