sábado, 28 de febrero de 2009
Yo pisaré las calles nuevamente
lunes, 23 de febrero de 2009
Vísperas de un largo viaje
Norberto Fuentes
Ernest Hemingway se situó por última vez en la primavera de 1960 frente al estante del librero que empleaba como escritorio de trabajo. Ocupó parte de su tiempo en la escritura del reportaje “The Dangerous Summer” y dio los toques finales a A Moveable Feast. Pero el momento de partir llegó y Hemingway puso en orden el escritorio, limpio de cuartillas emborronadas y de lápices de punta embotada. Colocó la máquina de escribir Royal Arrow sobre un ejemplar de Who's Who in America y dejó un par de lápices nuevos, las puntas afiladas, sobre la tabla, y también una docena de hojas de papel carbón Superior Quality en su caja de fábrica, el pedazo de mineral de cobre que servía de pisapapeles, los espejuelos, una tablilla con presillador, que utilizaba para escribir diálogos, y un libro que relata la conquista del Oeste.
Los espejuelos, de aro metálico, graduados para controlar la visión defectuosa de un miope, habían sido hechos en la óptica Lastra, de O'Reilly 506, en La Habana. El ejemplar de la edición de 1954-1955 del Who's Who tiene doblada una esquina de la página 1 191, donde se informa que Hemingway se educó en escuelas públicas y que contrajo matrimonio con Mary Welsh el 11 de abril de 1946 y se mencionan condecoraciones recibidas y acciones bélicas en que participó. También dice que pertenece a los clubes siguientes: Meyer, Philadelphia, Gun y Vedado Tennis. Los dos lápices son Mirado 174 No. 3. La tablilla con presillador fue un regalo de su primogénito, quien ordenó grabar una inscripción en la madera: “To Ernest from Jack”.
El pedazo de mineral de cobre pesa 570 gramos. Las hojas de papel carbón están usadas y de ellas se puede extraer el texto de cartas de Hemingway. Cartas manuscritas. El método es difícil y laborioso. Su caligrafía es inconfundible en la parte azul de estas doce hojas. El otro libro en la tabla es Pictorial History of the West. Algunas de sus páginas estaban pegadas porque no hubo un buen corte de guillotina en la imprenta. Hemingway le prestó poca importancia al asunto. Nunca abrió el libro, que permanece cerrado como un ataúd.
Concluyó su última sesión de literatura en Finca Vigía, escribió algo sobre la rivalidad de Dominguín y Ordóñez, revisó un poco las memorias de Paris y cerró el taller. Mas ahora, sobre la llanura del mueble, faltan las pilas de papel gaceta, libros, folletos y periódicos que mantenía abiertos a su alrededor mientras trabajaba. Su costumbre era tender los papeles como si fueran sábanas, una manera de cubrir o guardar los manuscritos que estaba preparando. ¿O era que los tendía para tener una visión de conjunto? Las fotografías que le tomaron en los años 50, muestran a un hombre que laboraba en un incómodo cerco de papeles, con poco espacio libre para poner la máquina de escribir. Trabajando de pie, en bermuda. sin camisa, casi siempre descalzo sobre una piel de lesser kudú; o con mocasines, sin medias, con una botella de agua de Vichy a mano.
Quince años después, en el verano de 1975, cuando yo llegué allí por primera vez —con el encargo de la dirección de la Revolución de ver qué cosa de importancia quedaba en el inmueble (sic.)—, se suponía que cada objeto se mantuviera en su lugar. Creo haber cumplido con el adecuado rito de mantenerme en silencio frente a aquel teclado prodigioso de la Royal Arrow y rozar con mis dedos todo el alfabeto, pero nunca presionado para hacer accionar el mecanismo y disparar una letra contra el rodillo. Eso hubiese sido un sacrilegio. Mis jugos eran otros.
A la altura de sus rodillas, en el travesaño intermedio del librero, tenía una revista y cuatro libros: una traducción al alemán de cuentos suyos; la novela Guadalquivir, de Joseph Poyre; John Colter, de Burton Harris; The People of the Sierra, de J. A. Pitt y el primer número, publicado en 1953, de la revista Nucleus. A sus espaldas tenía su cama, que empleaba como primera estadía de la correspondencia llegada a Finca Vigía y en la que los periódicos y revistas que se recibieron después de su muerte se conservan aún, pero ninguna carta importante. Tenía el agua de Vichy a su izquierda. Una de esas botellas se encuentra actualmente en su sitio, pero vacía. El primer objeto que aparecía a su mano izquierda era un manual voluminoso de motores de aviación que situaba en el piso contra la puerta para mantener abierta la habitación.
Para los coleccionistas de información sería imprescindible conocer el material que había en la mesa-bar, justo al lado de su poltrona. La batería comprende seis botellas de agua mineral efervescente El Copey, envasadas en Madruga, La Habana; una botella de scotch White Horse; una botella de ginebra Gordon; seis botellas de Schweppes Indian Tonic; una botella de ron Bacardí; una botella de scotch Old Forester; una botella de vermut Cinzano, y una de champán, sin etiqueta. Los contenidos originales, desde luego, fueron sustituidos por agua coloreada.
Ahora forman parte del museo los 9.000 libros distribuidos por toda la casa y el medio millar de discos, acomodados en un estante detrás de la butaca de Hemingway. Discos de 78 y 33 RPM. (Entre los clásicos, Beethoven era el favorito de Hemingway, y, entre los modernos, Benny Goodman).
Un total de 1.197 objetos, sin contar libros y papelería, han sido inventariados en Finca Vigía. Pero el dato puede resultar confuso. No es el primer inventarío que se hace y los hubo que arrojaron un saldo de 3 y 4.000 piezas y otros de apenas un centenar. Está en dependencia del punto de vista en que el concepto pieza museable sea aceptado. Finca Vigía, en lo esencial, es una sola pieza; un buró, por ejemplo, es también una, pero pueden ser muchas si se le desglosa por gavetas y el contenido de cada una de ellas. La tarea resulta difícil y ha caído sobre los hombros de dos o tres jóvenes enfundados en batas blancas, que les confieren un carácter ascético, y que son los técnicos de museo y los sustitutos de Ernest Hemingway en el interior de su casa. Sustitutos de 8 am a 5 pm. Un tiempo que se utiliza en contar, glosar, agrupar por tamaño o por uso o por tonalidad y que sirve, por lo pronto, para informar que la cifra más confiable de objetos de índole diversa conservados allí, descontando biblioteca y papelería, se aproxima a las 1.197 unidades.
Una aventura excitante, pero que exige una dosis alta de paciencia, resulta de examinar la biblioteca de Hemingway; e.g., un ejemplar de la edición de 1951 de Tender Is the Night, de Scott Fitzgerald, aparece en el estante. Se revisan lentamente las hojas y se comprueba que mantienen una blancura y limpieza incomprensibles, hasta que en la página 243 se halla la única observación del Hemingway lector. Donde dice forward and clapped, él coloca dos signos de interrogación y escribe correctamente la palabra que los editores de Fitzgerald dejaron escapar con un error ortográfico: slapped.
Hemingway cubrió con los signos de su estilográfica una parte considerable de un ejemplar de Wuthering Heights (Cumbres borrascosas), de Emily Bronte, publicado en Londres en 1935. Son tres columnas de cifras que aparecen en la cubierta, solapas, primeras páginas e incluso sobre el título de la obra clásica inglesa. Hemingway se preocupa por la marcha de su salud. La primera columna señala la hora; la segunda, la temperatura; la tercera, las pulsaciones.
0745 35,9 60
1200 37 66
1600 36,7 66
1800 36,6 54
Las observaciones abarcan desde el 25 de noviembre hasta el 6 de diciembre. El año no está consignado. Tiene explicaciones breves de los movimientos que pueden influir en el comportamiento de su organismo. Up to dinner, levantarse para comer, escribe en una ocasión. Up to telephone, levantarse para el teléfono, en otra. Pero se registran pocas afectaciones. La temperatura y el pulso se mantienen en su nivel.
Hemingway, hipertenso, y también impaciente, tomaba su pulso sólo durante medio minuto.
Hay otra inscripción, de índole diferente, en la última página de Wuthering Heights. Es la anotación inicial del libro de remembranzas parisinas de Hemingway, que tiene el título aquí de The Lean and Lovely Years. Se convertiría años después en A Moveable Feast (París era una fiesta). Hemingway comenzó esta obra en Finca Vigía entre el otoño de 1957 y la primavera de 1958. Disponía de un primer boceto, escrito en mayo de 1956, sobre una etapa inicial de su amistad con Scott Fitzgerald. El artista recuerda sus aventuras con la generación perdida:
THE LEAN AND LOVELY YEARS
The Three Mountains
Connection
The Lyon Trip
In Scott date was agreed on
and I confirmed it by telephone
El relato del viaje a Lyon es uno de los mejores momentos de A Moveable Feast. Hemingway le había confirmado previamente a Fitzgerald que viajarían juntos en el tren. Este era un hombre olvidadizo y Hemingway se vio solo y casi sin dinero en un vagón de ferrocarril. The Three Mountains Press es el nombre de la editora que publicó la primera edición de In Our Time, en 1924. La denominación alude a los tres montes de la capital francesa.
Son escasos los libros de esta biblioteca que contienen anotaciones, pero a veces asoma entre las cubiertas apretadas de un volumen contra otro, la esquina de una vieja cuartilla o un pedazo de papel cualquiera en el que Hemingway apuntó una frase rápida y luego la dobló para guardarla en ese resquicio, que olvidaría finalmente. Es el caso de esta frase cargada de sentimientos machistas escrita en el reverso de un sobre de carta corriente: Any woman would rather dig her grave with her mouth than earn her living with her hands. (Toda mujer prefiere cavar su tumba con su boca que librar su sustento con las manos). Está firmada con sus iniciales: EH.
Así, pues, quince años después de su última sesión de trabajo en Finca Vigía, me correspondió una pequeña oración mientras transcurría mi leve contacto sobre las teclas de la máquina portátil Royal Arrow de Ernest Hemingway: “Cojones, maestro”. Todo lo demás fueron años y años husmeando por los resquicios de la casona. Tú nunca sabes cuando una tarea puede convertirse en una aventura.
sábado, 21 de febrero de 2009
Quince vicepresidentes
José Ramón Machado Ventura (VP del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros)
Carlos Lage Davila (VP del Consejo de Estado)
Juan Almeida Bosque (VP del Consejo de Estado)
Julio Casas Regueiro (VP del Consejo de Estado)
Abelardo Colomé Ibarra (VP del Consejo de Estado)
Esteban Lazo Hernández (VP del Consejo de Estado)
José Ramón Fernández Álvarez (VP del Consejo de Ministros)
Ramiro Valdés Menéndez (VP del Consejo de Ministros)
Ulises Rosales del Toro (VP del Consejo de Ministros)
Jorge Luis Sierra Cruz (VP del Consejo de Ministros)
Otto Rivero Torres (VP del Consejo de Ministros)
Pedro Miret Prieto (VP del Consejo de Ministros)
José Luis Rodríguez García (VP del Consejo de Ministros)
Osmany Cienfuegos Gorriarán (VP del Consejo de Ministros)
Ricardo Cabrisas Ruiz (VP del Consejo de Ministros)
miércoles, 18 de febrero de 2009
¿Caballeroso o machista?
Fidel Castro recibió a Kirchner el 21 de enero y a Bachelet el jueves de la semana pasada. Pero el ex Presidente cubano no se reunió con el panameño Martín Torrijos ni con el ecuatoriano Rafael Correa. El último presidente varón al que recibió Fidel fue al ruso Dimitri Medvedev, el 28 de noviembre. Colom esperaba entregarle personalmente al líder de la Revolución Cubana la Orden del Quetzal en Grado de Gran Collar, la mayor distinción de su país, pero debió resignarse y entregarsela a Raúl.
domingo, 15 de febrero de 2009
Las lecciones del pasado
Fidel Castro todavía cuenta a su favor con las divisiones que marcaron la historia chilena, con la inocencia de una clase dirigente que se cree con pantalones largos por tener buenas notas en materia macroeconómica, y sobre todo con un legalismo exacerbado que no entiende las señales con que se mueve el mundo real.
Para nadie eran desconocidas las opiniones encontradas que despertaba el viaje de Bachelet a la isla. Opiniones que estaban marcadas por las fronteras de los años 70. Mientras la izquierda apoyaba, la DC se alineaba a la derecha pidiendo encuentros con la disidencia. Una derecha en la que uno de sus más destacados líderes viajó en 2002 a Cuba, se encontró con Castro y no dejó espacio en su agenda para el encuentro con los detractores. Incluso el ex Presidente Frei, nuevamente de candidato a la Jefatura de Estado, declaró que si él viajase a Cuba se reuniría con los disidentes. Cabe la pregunta entonces, ya que fue él quien reanudó las relaciones al nivel de embajadores con La Habana y recibió a Fidel Castro en Santiago en la Cumbre Iberoamericana de 1996, por qué no viajó entonces a la isla y aprovechó de darle cámara a la disidencia.
Una vez que Bachelet y su delegación ya estaban en La Habana, se hacían apuestas y se interpretaban las señales en torno a si sería recibida por Fidel Castro. Fidel sigue siendo una figura demasiado importante para la izquierda latinoamericana, que ha adquirido consideraciones casi míticas ahora que podría estar a un paso de la muerte. El no ser recibido implicaría ser considerado por La Habana como un gobernante de segunda categoría. El no ver a Fidel podría nublar la visita del mandatario a Cuba y ser blanco fácil de los comentarios de sus opositores. De ahí la “carrerita” de Bachelet, en medio de un acto, cuando le avisaron que Castro la esperaba. Y ahí están sus declaraciones posteriores donde no le marcó a Fidel ninguna cancha de los temas que habían hablado, si no que se limitó a decir lo bien que encontró al ex gobernante.
Aun cuando escribió un comentario muy por debajo de su nivel acostumbrado, Fidel aprovechó todos los elementos mencionados, se dio un festín con su comentario, esperó las reacciones y hasta ayer ya había escrito dos réplicas. Castro hundió su pluma en un caso sensible para Chile como es la pérdida del mar por parte de Bolivia en la guerra que enfrentó a ambos países (y a Perú) en el siglo XIX. Para las autoridades chilenas si hay un dogma ese es que la demanda marítima boliviana es un tema absolutamente bilateral (aunque ellos puedan inmiscuirse en temas internos cubanos, y reclamar por la situación de los derechos humanos). Fidel sabía en qué terreno estaba entrando. Por más que después el vicecanciller chileno dijera –y Castro lo refrendara- que eran opiniones personales.
Fidel Castro no es una persona completamente retirada. Quizá ya no cumple funciones en el consejo de ministros y en el consejo de Estado o ya no tiene un escaño en el Parlamento cubano, pero él sigue siendo el máximo dirigente de la Revolución y el primer secretario general del Partido Comunista de Cuba, en un régimen de partido único. Y aprovecha todas estas instancias a su favor, aun cuando su presencia se va reduciendo. Fidel recibe a quien le sirve a sus intereses, no al que considera en sus pensamientos. Y es él el que brinda su abrazo contaminante, cuyos efectos parecen imperecederos y se mantendrán mucho más allá de estos días. El próximo gobernante chileno que quiera pisar suelo cubano se la pensará dos veces antes de hacerlo y ojalá lo haga con los consejos que ha entregado nuevamente la historia.
viernes, 13 de febrero de 2009
Las fotos de rigor
jueves, 12 de febrero de 2009
Fidel y Bachelet
miércoles, 11 de febrero de 2009
Bachelet inicia su histórica visita
Más temprano, Bachelet -quien llegó la noche del martes procedente de Honduras- depositó una ofrenda floral ante el Monumento al poeta y héroe nacional cubano, José Martí. Posteriormente, visitó el Memorial José Martí en la Plaza de la Revolución. A eso del mediodía asistió a la firma un memo de entendimiento en materia de colaboración biotecnológica, en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB). El objetivo de dicho acuerdo explora "la posibilidad en el futuro de cooperar para efectivamente hacer transferencia tecnológica, identificar, hacer estudios conjuntos y poder tener un trabajo que nos permita salir adelante en los temas de salud", explicó la mandataria.
La Presidenta también sostuvo un encuentro en la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, además de inaugurar una exposición de arte cinético en la Casa de las Américas.
Tras la reunión con Raúl Castro, la mandataria chilena se entrevistó con el arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, antes de asistir a una cena oficial ofrecida por el Presidente cubano.
En su agenda para este jueves, además de inaugurar un seminario económico bilateral y pronunciar una conferencia magistral en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, Bachelet tiene previsto inaugurar la XVIII Feria Internacional del Libro de la capital cubana, en el que Chile es el "invitado de honor".
Se espera que en algún momento de su visita se encuentre con Fidel Castro.
lunes, 9 de febrero de 2009
Como guerrillero sí, como médico no
jueves, 5 de febrero de 2009
La mejor película iberoamericana
"No nos sorprendió. Siempre lideró las votaciones", explicó Jon Apaolaza, director de Noticine, citado por el diario chileno La Tercera. El periódico sostiene que la película, que el año pasado cumplió 40 años, es "considerada un clásico de gran maestría formal y una de las primeras cintas que reflexionó sobre la Revolución Cubana. El filme narra los devaneos de un intelectual burgués, que decide quedarse en Cuba mientras sus padres y su esposa emigran.
Gutiérrez Alea vuelve a aparecer en el ránking, en la séptima posición con Fresa y Chocolate, de 1994, que codirigió con Juan Carlos Tabío.
Las otras películas que quedaron entre las 10 mejores son: El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, 2006 (México/España); Los olvidados, de Luis Buñuel, 1950, (México); Ciudad de Dios, de Fernando Meirelles, 2002 (Brasil); Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar, 1999 (España); El ángel exterminador, de Luis Buñuel, 1962 (México); Estación Central, de Walter Salles, 1998 (Brasil); La historia oficial, de Luis Puenzo, 1985 (Argentina), y Doña Flor y sus dos maridos, de Bruno Barreto, 1976 (Brasil).
Norberto ya tiene pasaporte español
martes, 3 de febrero de 2009
El mensajero
Ahora tengo que reconocer —y lo hago con gusto— que mi viejo compinche de broncas estudiantiles, Papito Serguera, resultó ser uno de los abogados más audaces y valientes con que contó el Movimiento 26 de Julio en Santiago de Cuba durante la lucha contra Batista. Esto ocurrió en El gallito, donde se hacían licuados, frente al bar El Baturro y el cine Oriente, todos lugares muy importantes para la pequeña burguesía santiaguera.
Fue la tarde en que los esbirros dieron caza y mataron a Frank País a plena luz del día en la calle Padre Pico de Santiago de Cuba. Papito se dio a la tarea de localizar al teniente coronel José María Salas Cañizares, que acababa de vaciarle él mismo la Thompson en la cabeza y el pecho al joven revolucionario, para que lo autorizara, como representante de la familia País, a sacar el cadáver de la morgue y organizarle un servicio fúnebre público. Después Papito se alzó con Raúl en la Sierra Cristal y obtuvo sus grados de comandante del Ejército Rebelde. Fue nuestro más vehemente fiscal al principio de la Revolución y fusiló en abundancia.
Pero aquella tarde tenía una misión.
Papito sabía que el coronel acostumbraba a tomarse un batido de trigo y leche en un cafetín al fondo de una calle muy inclinada que desemboca en el puerto de Santiago, la calle Enramada. La calle, que era el centro comercial de la ciudad, estaba desierta a las 3 de la tarde y Papito vio desde lejos el Buick Roadmaster negro erizado de antenas de comunicación por microonda y con matrícula oficial. Afuera, recostado al maletero, estaba un solo hombre, con uniforme de policía. Papito lo reconoció. Otro asesino. Candado. El chofer de José María. Papito se le acercó a Candado y le preguntó:
“¿El coronel está allá adentro?”
Candado, inmutable, lo observó de arriba abajo pero sin tomarse mucho trabajo en su checo visual, y por toda respuesta se limitó a asentir con un apenas perceptible movimiento bascular de su cabeza. Papito entendió los dos significados de ese movimiento. Que, efectivamente, el coronel estaba adentro y, que, sí, podía pasar a verlo.
El coronel iba por su tercer vaso de batido de trigo. Dos vasos usados se acumulaban a su derecha. Estaba sentado en una banqueta giratoria y era el único cliente. El empleado encargado de preparar los batidos leía una revista de historietas. Los dos en absoluto silencio. Había unas monedas sobre el mostrador, las que indicaban el propósito del alto oficial de pagar por su consumo. El teniente coronel procedió a su vez con un rápido y apenas perceptible chequeo visual que le hizo concluir a Papito que aquel hombre no era ningún cobarde y que, peor aún, parecía contener a duras penas una sonrisa de burla.
“Coronel, permítame presentarme. Yo soy el doctor Jorge Serguera Riverí. Represento a la familia de Frank País. Ellos me han comisionado para que le solicite autorización. Quieren retirar el cadáver de la morgue. Y quieren organizarle un servicio fúnebre”.
Sin apartar la vista de su vaso, hizo una pregunta:
“¿Qué funeraria?”
“La funeraria Bernabé”.
Dejó reposar el vaso sobre el mostrador. Se mantuvo sin mirar a Papito. Entonces asintió. Volvió a tomar el vaso. Quedaba la mitad del batido.
Papito consideró conveniente confirmar el resultado de la negociación.
“Entonces, coronel, doy por entendido que usted me autoriza a recoger el cadáver y a poder celebrarle un funeral”.
El teniente coronel José María Salas Cañizares giró por primera vez sobre su banqueta y miró fijamente a Papito mientras volvía a asentir. Entonces giró de nuevo a la posición anterior de la banqueta.
Papito había casi ganado la puerta y estaba a punto de salir del local cuando el vozarrón autoritario de José María lo detuvo en seco. Volvió a enfrentarse con el rostro de piedra de aquel hombre, que finalmente lo miraba de lleno y que le preguntó:
“¿Cómo tú me dijiste que tú te llamabas?”
“Jorge Serguera Riverí”, dijo Papito.
“Papito, ¿no?”
Papito no respondió.
“Así que entonces tú eres Papito. El famoso Papito”.
El oficial trasladó el vaso a la mano izquierda y entonces le apuntó repetidas veces con el índice y le advirtió:
“Pues tú eres el próximo”.
No respondió.
“Él es el próximo”, escuchó Papito que el coronel le decía al empleado.
Muere Papito Serguera
Sólo en diciembre pasado, Papito Serguera publicó en España el libro Che Guevara: La clave africana, donde analiza la figura del argentino-cubano, la guerrilla en Africa y la memoria histórica. El mismo destaca que "este libro no debió ser publicado, probablemente no debió ser escrito, pues mucho de los eventos narrados forman parte de los secretos del Estado cubano". El texto, que lleva un subtítulo más directo: Memorias de un comandante cubano, embajador en la Argelia postcolonial, "me salió de golpe, primero como reacción impulsiva y luego como necesidad de exteriorizar el modo en que vi los hechos de que se me hizo responsable de distinta manera y con diversas razones", escribió Serguera, quien tenía 76 años y era abogado de profesión.
Foto principal: Mediados de los 60, Papito Serguera con Faustino Pérez (de lentes). Celia Sánchez detrás. Un escolta recostado al árbol. Fidel Castro en los alrededores.