El semanario ruso Ogoniok es todo un símbolo de la prensa rusa. Aparece por vez primera en 1879 y fue una de las publicaciones estandarte de la perestroika. En número reciente divulgó la lista de los 10 extranjeros más afamados en Rusia, convertidos a su vez en símbolos nacionales. Entre ellos están el Príncipe de Novgorod Riurik, que era nórdico y el pintor de íconos Teófanes el Griego. La germana Catalina II (Sophie Friederike Auguste von Anhalt-Zerbst); el danés Vitus Bering, explorador naval ruso cuyo nombre lleva el estrecho que separa Rusia de América, una isla y un mar en esa zona. También el español José de Ribas que llegó a ser Almirante de la Flota Rusa y fundador de la ciudad de Odessa en el Mar Negro y su compatriota Ramón Mercader del Río, el asesino de Lev D. Trotski. Este último ha ocupado un lugar relevante en la historia contemporánea soviética y ahora es un referente en la Rusia actual para castigar a los desertores.
Un Mercader es la sentencia que ha tomado el Kremlin para castigar al (o los) que se encargó (encargaron) de entregar la información a Washington sobre la amplia red de espías ilegales rusos que fueron expulsados de Estados Unidos en junio pasado. La prensa rusa ha sido explícita sobre la identidad de los individuos. El primero que se mencionó fue un tal coronel Sherbakov, vicejefe de la sección K del Servicio de Inteligencia Exterior (SVR) encargado del contraespionaje en esa institución y el también coronel Alexander Nicolaevich Poteev, de la sección C, que controla a los ilegales del espionaje ruso. La investigación interna comenzó en cuanto fueron detenidos los espías y todavía continúa. En la fiscalía se abrió un caso bajo el artículo 275 del Código Penal - traición a la Patria, cuya pena máxima son 20 años de cárcel. Bajo ese mismo artículo fue condenado (en ausencia) el general del KGB Oleg D. Kalugin, que vive en Estados Unidos. Tanto Sherbakov como Poteev abandonaron Rusia días antes de la detención de la red rusa. Y es que la sentencia a muerte ya había sido dictada por el primer ministro Vladimir V. Putin. El ex coronel de la KGB declaró a la prensa que la detención fue resultado de una traición y agregó que los traidores siempre terminan mal.
Las numerosas deserciones de agentes rusos a Occidente preocupa al Kremlin. Ocupa Rusia un nada halagüeño primer lugar en la lista de desertores al adversario. En la Duma piden los diputados una sesión cerrada del comité de seguridad y que comparezcan los jefes de las instituciones de seguridad, tanto exterior (SVR) como el Servicio Federal de Seguridad (FSB). Los analistas pronostican una profunda transformación en la estructura del SVR, que bien podría ser adsorbida por el FSB para ser una sola entidad, como en la época soviética. Así tienen bajo un mismo techo toda la seguridad. Un Comité de Seguridad Federal como verdadera heredera del KGB.
De cara a las gradas rusas los funcionarios del espionaje afirman que no importa que el desertor se haga operaciones cosméticas para cambiarse el rostro o el sexo; de todos modos la mano de Moscú (o de Mercader) le alcanzará. Oficialmente fue en 1959 la última vez que el Kremlin reconoció la autoría de un asesinato en el extranjero. El líder nacionalista ucraniano Stepan A. Bandera murió tras recibir varios disparos con balas que contenían cianuro. Pero en 1978 el comentarista radial búlgaro de Radio Europa Libre y la BBC, Georgui Markov, quien residía en Londres, recibía un pinchazo con una sombrilla envenenada. Los médicos forenses encontraron en el cuerpo platino e iridio. Más reciente, en el 2004, dos diplomáticos rusos fueron condenados en Qatar acusados de dinamitar el coche del exiliado presidente de Chechenia Zelimjan Yanbardiyev. En el 2006, Alexander V. Litvinenko, ex agente del contraespionaje ruso ingirió una taza de té con un ex colega en un café londinense para fallecer días después por sobredosis de polonio en el cuerpo.
Los ejemplos sobran en cuanto a los asesinatos ordenados por el Kremlin, que datan de la época de los zares y se incrementa con la instauración del sistema soviético y esa práctica no se ha perdido con la Rusia actual. Ramón Mercader del Río se ha convertido en el símbolo de la venganza del espionaje ruso. No importa lo lejano que esté el objetivo (sea en Ciudad México, Bujumbura, la capital de Burundi o Katmandú) ni el arma (piolet, cianuro, polonio, iridio o un coche-bomba) ni la nacionalidad del enviado. Y según las reglas de la Lubianka cada desertor tiene un Mercader.